PRESENCIA CAÑETANA EN EL DEVENIR CONSTITUCIONAL DE PERÚ
Época preconstitucional.-
En el inicio de su existencia , el ser humano era nómada y solitario. En esas condiciones no existían más leyes que las que les daba la naturaleza; ejemplos :impulso a alimentarse, impulso a defenderse, impulso a reproducirse.
Pero la necesidad de garantizar la existencia de la raza humana hizo que se volviera, primero gregario y luego sedentario.
Entonces el Derecho Natural devino en insuficiente, y se hizo necesario que la colectividad humana se diera normas para garantizar el orden en una relación de mando y obediencia, naciendo el Estado, el Leviatán de Hobbes.
Más, las leyes que se dieron desde tiempos antiguos no seguían un sistema o plexo jurídico. Eran desordenadas, dictadas sin concierto, al mero arbitrio del gobernante que las sancionaba.
En dicha época jurídica preconstitucional las leyes no respetaban jerarquía alguna, y no significaban garantía para los derechos individuales del ser humano.
Nacimiento de las constituciones.-
En este marco jurídico social, Juan Sin Tierra asume el trono de Inglaterra, y para financiar sus caprichos decide gravar con mayores impuestos a sus súbditos, los cuales se rebelaron, se reunieron en asamblea, y lo hicieron firmar en 1215 la Carta Magna, primera constitución que apareció en el planeta.
En dicho documento quedaron fijados los derechos de la nobleza y los del poder real.
Aunque de manera limitada, en él se dieron por primera vez las dos características principales de toda constitución :
- la de ser una norma suprema, es decir que ninguna otra puede contradecirla, y
- la de ser una norma que fija los derechos irrenunciables del ser humano como individuo.
Con el transcurso de los años se agregarían otras características, como la de describir la estructura del Estado, las relaciones entre dichas estructuras, etc.
Constituciones peruanas.-
Nuestro país tuvo que esperar seiscientos años para ingresar al sistema constitucional.
En total Perú ha tenido catorce constituciones, además de otras leyes de igual rango que se han diseminado a través de toda nuestra historia.
De dichas constituciones, una pertenece al Virreinato, una a la Emancipación, y doce a la República.
La primera carta magna hecha pata Perú fue la otorgada el 18 de marzo de 1812, en Cádiz, España, por lo que se la denominó Constitución Gaditana. Esta Constitución pertenece al Virreinato.
En la Emancipación se otorgó la Constitución de 1823.
Pertenecen a la República las siguientes :
1826 o Constitución Vitalicia,
1828 denominada Madre de Nuestras Constituciones,
1834 Constitución Reformadora,
1836 Pacto de Tacna,
1839 Constitución de Huancayo,
1856 Constitución Liberal,
1860 Constitución Conservadora,
1867 Constitución de la revolución,
1920 Constitución del oncenio,
1933 Constitución nacionalista,
1979 Constitución social del mercado, y
1993 Constitución vigente.
Normas que en su momento adquirieron rango constitucional, entre otras :
1821 Estatuto Provisional de San Martín,
1822 Base de la Constitución,
1825 Otorgamiento de plenos poderes a Bolívar,
1919 Ley del Plebiscito de Reformas Constitucionales,
1970 Estatuto del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas.
Presencia cañetana en la elaboración de las constituciones.-
En ellas han participado, de diversas maneras, personas que han representado a nuestra provincia. Cañetanos de origen y cañetanos de corazón.
Constitución gaditana.-
Las Cortes de Cádiz, España, la dieron el 18 de marzo de 1812, en ausencia del Rey Fernando VII, cautivo de Napoleón I.
Todas las provincias del entonces Imperio Español fueron convocadas.
Perú era una de ellas y por ende envió a sus representantes. El más conspicuo de ellos fue nuestro conocido prócer de la independencia don Hipólito Unanue.
Sin embargo él no pudo participar del debate pues llegó a España cuando ya se había promulgado, e incluso dejado en suspenso por Fernando VII, “El Deseado”, quien acababa de retornar al poder.
Empero, pudo entrevistarse con el monarca, el cual incluso le ofreció títulos y tierras en la Península, lo que Unanue rechazó, aunque con la diplomacia que lo caracterizaba.
En el año 1816 regresó a Perú y decide retirarse de la vida pública. Es en esta época cuando parece adquiere propiedades en nuestra provincia y empieza el romance de don Hipólito Unanue Pavón con Cañete.
Su deseo de retirarse de la vida pública no pudo ser , y a la llegada de don José de San Martín es convocado por este para participar de su gobierno, a lo que no pudo negarse a pesar de su luenga edad, debido al inmenso amor que tenía a la patria.
Fue tan fructífera la labor de Unanue junto a San Martín, que pasados los años, cuando el Libertador vivía su auto destierro en Francia manifestó que el mejor apoyo en las dificultades políticas y en los devaneos de la campaña libertadora había sido el buen Unanue.
Pero la participación de éste ilustre ariqueño en la vida pública de Perú no terminó con el Gobierno de San Martín, continuó en la Constitución de 1823, y aún en el gobierno de Bolívar.
Constitución de 1823.-
Desde 1816 encontramos a don Hipólito Unanue y Pavón afincado en el partido de Cañete, en sus predios denominados Gómez, Pepián y Cerro Blanco, decidido a no participar más de la vida política.
Pero la fuerza de los acontecimientos lo obligarían a dejar tal reposo.
Perú se encontraba en las postrimerías del Virreinato. La Constitución Gaditana había sido dejada de lado por Fernando VII, y los territorios españoles en América, al igual que la península, volvieron a regirse por la monarquía absoluta.
Dentro de este contexto, diversas ciudades de nuestro continente erigieron Juntas de Gobierno, fruto de las cuales se formaron las llamadas corrientes libertadoras del norte ( mandadas por Simón Bolívar ) y del sur (lideradas por José de San Martín ).
Fue José de San Martín el que llegó primero, desembarcando en Pisco, para luego enrumbar hacia Huaura, ordenando entretanto al General Álvarez de Arenales a efectuar la campaña de la sierra central.
El Santo de la Espada, como también se le conoce a José de San Martín, si bien representaba una reacción contra el absolutismo de Fernando VII, tenía como anhelo la instalación en territorio americano de una monarquía constitucional, sea con un representante de la Casa del Cuzco, o con uno de la Casa de Borbón.
Estas circunstancias resultaban favorables para que se efectuaran negociaciones entre realistas y patriotas.
A efectos de ello, se concertaron entrevistas entre representantes de ambos bandos.
Para una de ellas, efectuada en Miraflores entre el 24 y 30 de septiembre de 1820, y a petición del Virrey Joaquín de la Pezuela, participó como delegado de los realistas el prócer Unanue, siendo ésta la causa que lo obligó a desistirse de su alejamiento de la vida pública, por lo que tuvo que abandonar Cañete, lugar a cuya residencia fija no retornaría sino hasta 1826.
Aún cuando ambas delegaciones coincidían en la necesidad de la instauración de una monarquía en Perú, sin embargo existió un punto discrepante que hizo inviable toda negociación : el bando realista insistía en que la misma fuese absoluta y no constitucional, y que la Casa que debía gobernar fuera la de Borbón.
Las conversaciones, en las cuales participó Hipólito Unanue , no lograron ningún arreglo, y las hostilidades se reanudaron .
El Generalísimo José de San Martín decide entonces organizar un gobierno en la parte de Perú que se encontraba bajo ocupación del ejército patriota, y para tal efecto, el doce de febrero de 1821 sanciona en Huaura, el Reglamento Provisional.
Este Reglamento Provisional , con categoría constitucional, rigió solo para los siguientes partidos de Perú : Cercado de Trujillo, Lambayeque, Piura, Cajamarca, Huamachuco, Pataz y Chachapoyas, (autoproclamados independientes) los cuales formaron el departamento de Trujillo; Tarma, Jauja, Huancayo y Pasco ( liberados por Arenales) que formaron el departamento de Tarma ; Huaylas, Cajatambo, Conchucos, Huamalíes y Huánuco (asimilados) , que formaron el departamento de Huaylas ; y los de Santa, Chancay y Canta ( ocupación patriota) que formaron el departamento denominado de la Costa.
Tiempo más tarde , reemplazado Pezuela por La Serna, el contingente realista abandonó Lima, permitiendo el ingreso del Ejército de los Andes.
Ocupada Lima, José de San Martín decide efectuar la proclamación oficial de la Independencia, que de manera parcial habían efectuado ya algunos partidos del norte.
Previa a la proclama pública del 28 de julio de 1821, el día 15 del mismo mes y año Hipólito Unanue firmó, junto con José de San Martín el Acta de la Independencia.
Al firmar ésta, y asistir a la proclama pública, encontramos a Hipólito Unanue ya en el bando patriota, y muy ligado a José de San Martín.
El 3 de agosto de 1821 don Hipólito Unanue fue nombrado Ministro de Hacienda .
En tal condición, al día siguiente, participa de la creación de la provincia de Cañete, la cual , junto a las provincias de Yauyos, Lima , e Independencia, se asimilarían al departamento de la Costa., cambiándose la denominación de partidos por provincias.
Al crearse, la provincia de Cañete contaba con los siguientes distritos : Cañete, Chilca, Mala, Coayllo, Pacarán, Santo Domingo, Diego de Almagro, y Lunahuaná.
Para gobernar la nueva extensión, el ocho de octubre de 1821 , Hipólito Unanue firmó, junto con José de San Martín, Juan García del Río, y Bernardo Monteagudo, el Estatuto Provisional, segundo documento de nivel constitucional que rigió durante la emancipación.
Unanue ejerció como ministro de José de San Martín hasta el veintiuno de septiembre de 1822.
Luego se dedica a su trabajo como diputado por Puno en la Asamblea Constituyente de 1822, la cual presidió entre el 20 de septiembre de 1822 y el veinte de febrero de 1823.
Su elección como diputado por Puno fue delegada, debido a que dicho departamento aún se mantenía ocupado por las fuerzas del Virrey La Serna.
El doce de noviembre de 1823 se dio la llamada Constitución Inicial de Perú, o Constitución de la Emancipación.
En la versión utilizada para hacer esta nota, no encontramos representación directa de la provincia de Cañete ni de ninguna provincia de Perú.
Las representaciones en su promulgación sólo aparecen por departamentos, por lo que se hace difícil, al menos por el momento, poder identificar a la persona que representó a Cañete en la elaboración de dicha carta constitucional.
El único conocido que aparece es Hipólito Unanue, aunque , como ya escribimos líneas antes, representando al departamento de Puno.
En la elaboración de la Constitución de 1823 la posición de Unanue continuó siendo pro la monarquía constitucional, tesis que sin embargo fue derrotada, decidiéndose en mayoría por el sistema republicano.
Sin embargo, en esta Constitución la tesis llevada por Unanue no fue del todo desechada. Él quería una monarquía constitucional, es decir un monarca que ejerciera la Jefatura de Estado, y un primer ministro que ejerciera la Jefatura de Gobierno. La intención era la de evitar concentrar todo el poder en un solo órgano de gobierno, y de esa manera evitar la inestabilidad política.
La Asamblea Constituyente, si bien no aceptó tal propuesta optó por otra similar. Dividió la administración en cuatro poderes . Al Ejecutivo se le encargó la Jefatura de Gobierno, pero se reservó la Jefatura de Estado para el Poder Legislativo. Los otros dos poderes, electoral y judicial, no tenía representación alguna sino que cumplían las funciones específicas de elegir y de administrar justicia , respectivamente.
Más, ni la posición de Unanue, ni la de los Constituyentes de 1823 ( principalmente de José Faustino Sánchez Carrión , autor del proyecto ) prevalecieron, pues bajo la influencia de Simón Bolívar y luego en la época republicana ,las siguientes constituciones decidieron concentrar todo el Poder en un solo órgano, el Ejecutivo, que pasó, incluso desde antes de 1826 a tener la suma total de la Jefatura de Estado y la Jefatura de Gobierno.
La Constitución de 1823 puso al descubierto una gran debilidad peruana: su americanismo. En efecto, en los artículos 17, 18 19, 20 y 21, se permitía el acceso a la ciudadanía peruana, con bastante facilidad, a personas nacidas en otras partes del territorio americano, e incluso del mundo, ya que los requisitos o respetos que se les ponían eran en verdad justificaciones que ayudaban a adquirirla. Por ejemplo se decía que eran ciudadanos los extranjeros casados (sin decir si debería ser con peruana) que tengan más de diez años de vecindad en cualquier lugar de la República y los solteros de más de quince, aunque no hayan obtenido carta de ciudadanía, conm tal de que sean fieles a la causa de la independica.
Dichos requisitos eran fácil de cumplir por cualquier extranjero de la parte meridional del nuevo mundo, pues había sido común, en el virreynato, que las familias sudamericanas, además de su domciilio en su lugar de origen, fijaran un domicilio para efectos legales en la capital del Virreynato más importante, es decir Lima, de tal manera que a 1823 casi todas las familias de Sudamérica podían exhibir un domciilio en Lima por más de diez o de quince años. La facilidad se agrandaba si tenemos en cuenta que no se exigía la carta de ciudadanía previa, es decir el haber tenido una carta de ciudadanía desde diez o quince años antes, bastaba sólo acreditar el domicilio en cualquier parte del territorio de Perú.
Ahora, hablar de territorio de Perú, para estos efectos, también era bien permisivo. El amable lector debe saber que, existían territorios fuera del ámbito del Virreynato de Perú que se consideraban peruanos por naturaleza. No solo me refiero al Alto Perú, sino al extremo sur de Chile, conocido como Chiloé, al norte de la actual Argentina (desde Tucumán se puede hablar del antiguo Perú), todo Ecuador y el sur de Colombia.
Por otra parte, se tenía en cuenta que, antes de 1808, todos los territorios del Imperio Español se consideraban una sola república. !823 menos 15 años daban 1808. Ergo todos los americanos que al inicio de la gesta emancipadora se encontraban radicados en la América Española también podían reclamar la ciudadanía peruana, y en muchos casos incluso pretender ser peruanos de nacimiento.
En la práctica pues, todos los nacidos en los antiguos territorios españoles en América podían reclamar ser peruanos, con tal de haber sido fieles a la causa de la independencia. De allí pues que ostentaran la ciudadanía peruana no sólo hombres preclaros que amaban a Perú, como José de San Martín, Bernardo O’higgins, José de la Mar y Andrés de Santa Cruz, sino incluso otros que más tarde hicieron daño a nuestra patria, léase Simón Bolvar y Diego Portales.
La historia de éste último es en verdad de Ripley, pues aunque usted no lo crea, Diego Portales, enemigo acérrimo nuestro y visionario de la expansión chilena, ¡era ciudadano peruano!.
Diego Portales, comerciante en Santiago de Chile, participó en la gesta llamada Patria Vieja en el país del mapocho, ocurrida en 1808. Cuando Fernando de Abascal retornó el territorio de Chile a posesión española, él y otros fueron perseguidos. Liberados años más tarde por el Ejército de los Andes liderado por San Martín y O’higgins, Diego Portales continuó siendo perseguido, esta vez por Bernardo O’higgins. Entonces tuvo la feliz idea de emigrar a Perú. Llegado a nuestra patria gozó en su momento de los beneficios de nuestra Constitución de 1823 y fue considerado un peruano por nacimiento.
En Lima, lugar donde se afincó, Diego Portales pudo comprobar además otra cosa, que en nuestro país no se decía ¡Viva el Perú! sino ¡Viva la patria!. Además de ello conoció de nuestra debidlidad por el caudillismo, cosa que, adevertida también por San Martín, Bolívar, y más tarde Santa Cruz, nos condujo al tremendo desorden que ha guiado nuestra vida republicana.
Diego Portales estudió muy bien esas falacias y cuando retornó a Chile puso en marcha un plan de cinco puntos: a) desterrar el caudillismo haciendo que Chile olvide a Berbnardo O’higgins, b) fortalecer el Estado, c) definir al chileno, d) proscribir el ¡viva la patria!, y e) expandir Chile.
El primer punto tuvo necesariamente un mártir. Como ya hemos dicho, Portales había notado que en el continente americano los pueblos eran proclives al caudillismo, y entre esos pueblos el más caudillista era Perú. Él no quería eso para Chile y entonces entendió que debería mandar al ostracismo al más insigne de los chilenos y al único que podía ser caudillo allá, es decir a Bernardo O’higgins. Bernardo O’higgins tomó desde entonces domicilio en Lima, en el Jirón de la Unión, y vivió en las tierras que el gobierno peruano le entregó en San Vicente de Cañete, la antigua Hacienda Montalván, conocida hoy como Tercer Mundo. Bernardo O’higgins dejó descendencia en nuestra provincia, la misma que en la actualidad aún convive con nosotros.
La segunda medida fue fortalecer el Estado de Chile. Para ello propuso, y logró, que la Presidencia de la República de Chile durara diez años, al margen de los avatares propios de un gobierno. “Que caigan los ministros mas no el Presidente de la República”, decía Portales. Y así fue que durante todo el siglo XIX y gran parte del siglo XX Chile no ha tenido problemas de golpes de estado gracias a esta separación de las funciones de estado y de gobierno que los otros países latinoamericanos no han entendido. Eso sí, el Presidente de la República tenía que ser un “Joli Homme”, alto y de ojos claros y con una cultura y trato social exquisito. Era un rey intocable. Cosa curiosa, Diego Portales, fiel a su doctrina, nunca fue presidente de Chile. Siempre trabajó como ministro o asesor.
En tercer lugar definió al chileno de una manera bien loclaista, buscando la unidad nacional. Si en Perú se decía que “ son peruanos todos los nacidos en América” en Chile se decía “son chilenos todos los nacidos en Chile” . Ese chauvinismo tuvo como consecuencia el actual etnocentrismo chileno. Para ellos no hay nada mejor que Chile y los chilenos. Sino el amable lector oiga las barras de los mapochos cuando juega su selección de futbol, “chileno, chileno, chileno”, repiten. O en su caso “chilena, chilena, chilena”.
Cuarto: a aprtir de Diego Portales el saludo militar, cívico y escolar fue ¡Viva Chile!, nunca más el ¡Viva la patria! Que nos endilgó José de San Martín cuando proclamó nuestra indpendencia el 28 de julio de 1821. El mensaje era claro, Chile se quería diferenciar del resto de América.
Finalmente, Diego Portales fue el artífice del expansionismo chileno. Él decía que Chile debía avanzar hacia el norte y debilitar a Perú, pues si no lo hacía corría el riesgo de convertirse en un vasallo económico de nuestra patria. Dicha doctrina justificó años más tarde la intervención en la Confederación Perú Boliviana, la Guerra del Pacífico con la conquista de Antofagasta, Tarapacá y Tacna, la conqista de la Araucania y del Chiloé descuidada por los peruanos, su incursión en la Antártida y la anexión de las islas de Pascua y Juan Fernández. Dicha doctrina también justifica su tácita alianza con Ecuador, y la actual persistencia de cercenar nuestro mar en el sur aplicando una línea paralela a sus costas y no la equidistante que señala el Derecho Internacional Marítimo. El único territorio al que renunció Chile fue a la Patagonia, mucho más extensa que Antofagasta, Tarapacá y Tacna juntos, quizás porque pensaban que dicho territorio no era rico, lo que se ha desvirtuado en la actualidad con la gran riqueza turística que en esa zona tiene Argentina. A este país lo único que le luchó fue Beagle, lo que ganó y a la larga le significó su salida al Océano Atlántico.
Toda esta doctrina la creó Diego Portales de la experiencia que obtuvo mientras vivió en nuestro país. Y tenemos la paradoja que, gracias a nuestros constitucionales de principios de la República, el principal enemigo de Perú ¡era peruano!.
La gran víctima de Diego Portales fue Bernardo O’higgins, nuestro “paisano” cañetano, que da nombre a una calle y una plazuela en San Vicente de Cañete, cuyos descendientes cohabitan aún con nosotros.
Don Bernardo O’higgins pasó los últimos días de su existencia entre Cañete y su casa del Jirón de la Unión en la ciudad de Lima. Murió en 1842.
Y si bien su historia terminó en el Jirón de la Unión , lo curioso es que es en esa vía donde empieza la historia de los O’higgins en el Perú. Y empieza también con relación a Cañete.
Ricardo Palma da cuenta en sus “Tradiciones Peruanas”, una llamada “De menos hizo Dios a Cañete”, que tiene la galanura de reconocer no ser suya sino del escritor Perpetuo Antañón , quien la había publicado en “El Peruano Ilustrado”. Añadió también que la verdadera fuente de la historia se encuentra en “The trips – Twenty years residence in South America” de Stevenson, secretario de Lord Cochrane.
Según ella, en el segundo tercio del siglo XVIII, entre 1750 y 1755, habían en Lima dos mercanchifles de sendos veinte años. Uno de ellos era conocido como Ambrosio “El Inglés” y el otro como Juanito “El montañés”. Al principio los dos vendedores callejeros se hicieron la competencia, pero años más tarde se unieron en sociedad y desde entonces empezaron a prosperar, lo que les despertó la codicia de dejar de ser ambulantes y poner una tienda. Y con la tienda llegaron también los impuestos y las deudas y un día quebraron.
En esa época el deber dinero significaba ir a la cárcel, por lo que decidieron fugarse de Lima.
Al despedirse se desearon ambos lo mejor, a pesar de lo endeudados y perseguidos que se encontraban.
- Sí, que Dios te de la mitra de arzobispo y para mi el bastón de Virrey – dijo con zumba el flemático Ambrosio.
- ¿Y porqué no? De menos hizo Dios a Cañete – concluyó Juanito.
La verdad es que Dios proveyó dichos deseos, pues el 6 de mayo de 1796 Ambrosio O’higgins entró a Lima como Virrey del Perú, mientras que era Arzobispo de dicha ciudad don Juan Domingo Gonzáles de la Reguera, los antiguos vendedores ambulantes del actual Jirón de la Unión.
Pero antes de asumir el Virreinato del Perú, y desde su despedida de Juanito en el Jirón de la Unión de Lima, Ambrosio O’higgins se dirigió a Chile, donde se ligó con el aparato militar y de gobierno, haciendo una carrera tan brillante que en 1789 fue nombrado Capitán General del Reino de Chile y Presidente de la Real Audiencia de Santiago.
El 20 de agosto de 1778 había nacido su hijo, Bernardo O’higgins Riquelme.
Años más tarde, en 1776 fue nombrado Virrey del Perú, el cual gobernó hasta el 18.03.1801, fecha en que falleció a la edad de 80 años.
Su hijo, Bernardo O’higgins Riquelme, no fue reconocido como hijo legítimo, sino solo como hijo natural. Mas fue éste el que lo trascendió en al gloria.
En efecto, hijo natural de Ambrosio O’higgins fue por lo demás su único hijo. Tuvo como medias hermanas a doña Rosa Rodríguez Riquelme y a doña Nievecita Puga Riquelme, siendo los tres hijos de doña Isabel Riquelme. La relación de Bernardo con su padre y con la familia paterna nunca fue fructífera.
Bernardo estudió en Talca (Chile), Lima y Londres.
En Londres conoció al prócer venezolano Francisco de Miranda.
Luego pasó a Cádiz (España) donde fortaleció sus ideas separatistas y de independencia.
A la muerte de su padre, en 1801, regresó a Chile a tomar posesión de la hacienda de Las Canteras.
En 1810 agita la provincia chilena de Concepción contra la dominación española. Junto a otros próceres chilenos logró establecer en Chile la llamada “Patria Vieja”.
Recuperado Chile por el Virrey del Perú, don Fernando de Abascal, emigra Bernardo O’higgins a Mendoza, Argentina, para unirse a don José de San Martín.