Los Chinos Lock
LOS CHINOS LOCK
En 1966 Máximo Lock tenía un Ford Lincoln azúl marino, y tenía también un micro y un altoparlante tipo oreja. Premunido de ambos era contratado muy seguido para hacer la publicidad de los eventos culturales, arttísticos y sociales que se desarrollaban en San Vicente de Cañete. Era común que desde su carro se perifoneara “hoy, hoy, en el Cine Teatro San Martín, Kirt Douglas (por ejemplo) en Espartaco.
Tenía también, por aquella época, una tienda de muebles en la Plaza de Armas, en la calle Bolognesi, en los portales, a pocos metros de la puerta principal del edificio de la Municipalidad Provincial de Cañete. Esa tienda tenía la característica nomenclatura de las sociedades mercantiles antiguas “Máximo Lock e hijos” , lo que denotaba que se trataba de una sociedad colectiva pero familiar. La tienda servía tambioén de vivienda para su incipiente y ya numerosa familia.
Máximo tenía también una buena esposa, la señora Martha Carbonero.
Y tenía cinco hijos: Esther, y los cuatro varones Raúl, Víctor, David y Julio, conocidos en el ámbito de la Plaza de Armas como “Los Chino Lock”, flor y nata de los niños traviesos de aquellos años.
Se especializaron en trepar árboles, jugar en los jardines destrozando las flores, saltar las bancas del parque, romperle los brazos a las sirenas de la pileta y corretear por todo el perímetro. Literalmente la Plaza de Armas era suya. Los jardineros y policías municipales no se daban abasto para controlarlos, terminando por aceptar, estoicamente, que los pequeños diablillos eran incontrolables.
Fue tanta la desesperación, que siendo alcalde de Cañete don Alfredo de Toro Moreno, se convocó a una Sesión del Concejo Provincial de Cañete para tratar un sólo tema de agenda: que hacer con los chinos Lock. Debatieron, debatieron y debatieron y no pudieron llegar a ninguna solución. Simplemente tiraron la toalla y dejaron que el tiempo pudiera hacerlos cambiar.
Y en efecto, ellos cambiaron, pero de adolescentes, pues durante toda su infancia no dejaron de hacer travesuras.
¡Ah!, me estaba olvidando, de esas travesuras también participabamos Roberto “Dengue” Oré Carrillo, mi hermano José “Chueco” Dulanto Inohuye, y yo.
Un dís decidimos coimear al “Gordo Chinchano” que cuidaba las galerías del Cine Cañete, y asolapados nos sentamos calladitos a ver la emblemática película de Wan Yu titulada “El Espadachín Manco”. Era de las primeras películas chinas que veíamos y francamente que Wan Yu se convirtió en nuestrok héroe. Una persona que manajaba la espada con destreza, que daba unos saltos (mortales y no mortales) en verdad impactantes, y que tenía como cosa natural cortarle la cabeza a sus oponentes.
Demás está decir que a partir de esa fecha nuestros juegos fueron referentes al “Espadachín Manco”. Entonces las flores que adornaban los jardines de la Plaza de Armas pagaron pato. Todas ellas cayeron magulladas frente a nuestras espadas de palo, cual verdaderas cabezas destrozadas por florines y florinetes.
Aquí si que se armó la de San Quintín. Marimón y toda la cuadrilla de policías municipales recibieron la orden, urgente, del Alcalde De Toro Moreno, de salir en nuestra persecución y captura.
Nosotros emprendimos ráuda fuga y llegamos a refugiarnos en la casa de los abuelos de los Chinos Lock, en la tienda de sus nonos de la calle San Agustín. Pasamos por toda la vivienda, cuya parte que daba a la calle era una tienda, y recalamos en el corral.
Allí, lejos de los policías municipales, continuamos jugando al “Espadachín Manco”. Pero allí no habían flores a las cuales magullar, así que el juego se tornó un tanto aburrido. Jugabamos sin motivación.
¡Cuac! , seescuchó de pronto. Un pato despertó de su letargo y se hizo presente ante nuestros ojos. Nos miramos y todos a una comenzamos a desfogar nuestra furia de “Espadachín Manco” contra el indefenso palmípedo. ¡Cuanta crueldad puede haber en inocentes niños de menos de diez años!. No medíamos el sufrimiento ni el dolor que producíamos al pariente del “Pato Donald”. Duro con él.
El pato, todo golpeado se resistía a morir. Fue entonces cuando uno de los Chino Lock, creo que Víctor, divisó en la cocina de sus abuelos un machete y lo tomó como espada. Los otros agarraron al pato de las piernas y alas, inmovilizándolo. La cabeza del animal fue recostada contra un muñón de árbol y ¡zácate! , un machetazo en el cuello. El pato sacó fuerzas de no se sabe donde y se zafó, pero ya demasiado tarde, su cuello estaba semi cercenado, su cabeza ladeaba, y un gran chorro de sangre brotaba de la herida, salpicando por todo el corral.
El espectáculo era en verdad infame. Yo no recuerdo si habíamos medido las consecuencias de nuestros actos, lo que queda en mi memoria es que salimos corriendo de la casa yh regresamos a la Plaza de Armas. Era preferible enfrentarnos a los policías municipales que presenciar la agonía de la moribunda ave.
Pero no hubo enfrentamiento con los Policías Municipales. Éstos, que eran gordos y ya viejos, simplemente estaban jadeando, sentados en una de las bancas de la Plaza de Armas, cansados de tanto corretearnos. Asío que puidimos seguir jugando al “Espadachín Manco” y cercenando flores.
Esa tarde, en la casa de los abuelos de los Chinos Lock se comió arroz con pato. A mi me invitaron un plato. En la noche hicieron aguadito de pato.
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