josé alejandro dulanto santini

domingo, 2 de agosto de 2009

San Agustín

Aurelio Agustín fue un ciudadano romano, nacido en Tagaste el 13 de noviembre de 354. Tagaste, la actual Souk Ahras, es una ciudad de Argelia, ubicada unos cien kilómetros al sur de Bona, la antigua Hipona, y a unos ciento ochenta kilómetros al este de Constantina, no lejos, por lo tanto, de la frontera argelino – tunecina. Vivió en dicha región africana del Imperio Romano entre los años 354 a 430. Su padre, Patricio, no era cristiano, aunque sí catecúmeno, es decir una persona que se preparaba en la religión cristiana con miras a un futuro bautismo. Su madre, Mónica, era cristiana y de profunda vida interior. Se dice que en su juventud Agustín tuvo un desorden moral, lo cual lo llevó a un alejamiento de la religión aprendida desde pequeño, y más bien optó por abrazar el maniqueísmo, a raíz de sus estudios iniciados en el año 361, época en que se enfrentó con los duros métodos educativos de la antigüedad. El maniqueísmo, doctrina mezcla del mazdeísmo persa y el cristianismo, que se basaba en la lucha cósmica entre el bien y el mal, pedía antes que se estudiasen con calma los temas y solamente cuando se había encontrado la verdad, exigía sensatez en la fe. Ergo no podía existir fe sin un razonamiento previo. Empero, su madre nunca dejó de orar por aquél vástago descarriado, y fruto de dicha oración el joven empezó a cambiar su vida y a encaminarse hacia el cristianismo que profesaba su progenitora. Sin embargo existía una cuestión que atormentaba su mente y que no le permitía una conversión plena, era lo referente al misterio de la Santísima Trinidad. Fiel a su antigua posición maniquea no entendía como podía ser posible que tres personas fuesen al mismo tiempo una sola, y una sola a la vez tres. Y todo con la misma esencia. “Cosa de locos, para no creer”, pensaba Agustín. En estos avatares se hallaba su alma, cuando un día, caminando por las playas de su tierra, vio un niño que, premunido con un recipiente, recogía agua del mar, la llevaba hacia un hoyo que había hecho en la arena, y vertía el contenido en él. Esta faena la efectuaba el muchacho una y otra vez, una y otra vez, sin cansarse. Al contrario, el que se cansó de tanto verlo fue Agustín, quien hastiado del trajinar del pequeño se acercó y le preguntó:

- dime niño, ¿que pretendes con tanto ir y traer agua del mar?
- quiero echar toda el agua del mar en este hoyo-, le respondió el niño,
- pero, ¿no te parece imposible que toda el agua del mar quepa en dicho hoyo?- refutó el primero,
- ¿y a ti, no te parece que es imposible que el misterio de la Santísima Trinidad entre en tu mente?-, sentenció el segundo.

Dice la tradición que aquél muchacho era un ángel, enviado por Dios para facilitar la conversión del futuro padre latino de la Iglesia, conversión que concluyó San Ambrosio de Milán en el año 387. Agustín fue consagrado luego sacerdote y después obispo de Hipona. La Iglesia lo conoce como San Agustín o Agustín de Hipona. En latín Aurelius Augustinus Hipponensis, autor de “Confesiones” y “La ciudad de Dios”. Murió el 28.8-430 durante el sitio que los vándalos de Genserico sometieron a Hipona. De él es la frase “Ama y haz lo que quieras.” Santa Teresa de Ávila añadió “Ama a Dios y haz lo que te da la gana”. Yo parafraseo “Lee y habla lo que te da la gana”.