El hombre como ser que busca la felicidad
¿Alguna vez ustedes se han puesto a contemplar una pecera? Si lo hacen verán como esos animalitos llamados peces dan vuelta una y otra vez dentro de ella, sin más acvtividad que boquear, es decir abrir y cerrar la boca, abrir y cerrar la boca. Y abren y cierran la boza con una sola finalidad, la de alimentarse del plancton que el dueño de la pecera vierte en ella. Ni siquiera se preocupan de respirar pues las branquias lo hacen automáticamente. Para esos peces esa pecera es todo su mundo. El resto del universo no les importa, pues si saliesen de la pecera al mundo exterior, obviamente que morirían de asfixia y de deshidratación. Claro que si salen de la pecera en un recipiente con agua no les pasará nada, pero ellos no están capacitados para preparar ese recipiente y en todo caso esa situación va a depender del dueño de la pecera, no de ellos. Pero aún con lo limitado de su pequeño mundo, esos peces son felices dentro de su pecera. ¿Y porqué son felices? Son felices porque viven naturalmente, cumpliendo las leyes que rigen el universo, leyes que dió el Creador. Ellos comen, beben, respiran y se reproducen. No necesitan más. Y como no necesitan más no tienen idea de lo que es riqueza material ni poder. Y por esos son felices.
Pues la riqueza material y el poder, cuando son considerados fin y no medio, se convierten en dioses que reemplazan al Creador. El hombre que quiere acaparar riqueza material y no la comparte o que con ella no crea fuentes de trabajo, es una persona que atenta contra el primer mandamiento de la ley de Dios “Amarás a Dios sobre todas las cosas”, pues al amar al dinero más que a Dios se está renunciando a Éste y considerando a aquél como su verdadero dios. Igual, aquella persona que busca el poder para cometer injusticia o inflarse de orgullo, también atenta contra el primer mandamiento. En este caso no sólo ha reemplazado a Dios por un objeto material, sino que él mismo pasa a considerarse dios, sin tener en cuenta que el poder que él tiene es efímero y que algún día tendrá que rendir cuentas de su proceder, no sólo ante justicia de esta Tierra, sino también ante la Divina. Por lo demás esta percepción viene de la dialéctica de Aristóteles, de la de San Agustín, y de la de Hegel. En efecto, Aristóteles nos informó que la lucha de contrarios en permanente en el desarrolllo de la humanidad, de allí que un poder terreno no es permanente ya que en su propia existencia está el germen de su destrucción. Allí están las profecías de Daniel, que en una secuencia dialéctica vaticinó la caída de Babilonia, de Persia, de Grecia e incluso de Roma. San Agustín autoriza al agredido a defenderse del agresor. Entonces si alguién en el ejercicio del poder abusa de otro, éste otro está legitimado para defenderse. Hegel, po su parte dice que la dialéctica es alterna y el que está en el poder ahora mañana no lo tendrá sino que lo ejercerá su opositor y así sucesivamente. Recordemos al Santo de Cañete, San José María Escrivá de Balaguer y Albás cuando en su obra Camino nos dice “En los demás no ves hermanos, ves peldaños. Presiento tu fracaso rotundo y cuando estés hundido querrás que vivan contigo la caridad, el amor, que ahora tu no quieres vivir.” Y esto ha funcionado de tal manera desde los inicios de la humanidad hace 52 000 años, cuando apareció el homo sapiens al cuadrado.
Entonces la felicidad no está ni en la riqueza material ni en el poder. Pero la megalomanía del ser humano lo impulsa constantemente hacia esas dos estupideces, sin recordar lo que desde siempre nos a dicho el Creador: “el hombre durante su peregrinaje en la Tierra debe comer moderadamente, beber moderadamente y estar siempre alegre”, “la seguridad de tus días en la Tierra no está en el tesoro que acapares ni en el poder que ejerzas, sino en tu confianza en Dios”, “Dios proveerá”, “no se preocupen de que comerán o de que beberán o que vestirán, ¿acaso no ven las flores del campo que no se preocupan y son las más vistosas?, ¿acaso no ven los pajarillos que no se preocupan y siempre se alimentan?.”
Ello no quiere decir que la actitud del ser humano en la Tierra debe ser pasiva. No. A lo que yo me refiero es que no debe haber preocupación sino plena confianza en Dios. Y teniendo esa plena confianza en el Creador hacer lo que Él nos ha ordenado, “desarrollar la Tierra” con el trabajo y con el estudio. Pero el trabajo y el estudio llevado hacia compartir con los demás los frutos de ellos. Allí radica la felicidad. Ese es el propósito de nuestra existencia. Eso nosllevará al Creador, y cuandoel ineludible día de nuestra muerte llegue nos presentaremos ante Él cargados de esos frutos, trabajo y estudio. Que pena van a dar los que se presenten ante el Señor con los frutos equivocados: riqueza material y poder.
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